Un silencio en voz baja es que cuatro valientes soldados perdieron la vida mientras forjaban caminos en la tierra, buscando alcanzar la cima del cerro de Montecristi para colocar un radar que misteriosamente explotó.
En la actualidad el cerro sigue siendo intervenido por las Fuerzas Armadas de Ecuador, la comunidad de “Toalla Grande” es el epicentro de este drama siendo los más afectadas por la intervención que se dio por orden del gobierno central, los medios de comunicación no hablaron nada de lo que realmente pasó después de la orden del radar del pasado 27 de octubre del 2021, solo en la conciencia del pueblo quedó grabado como una puñalada en la espalda de esta comunidad humilde
Los comuneros del sitio Toalla Grande, no quiere dar información sobre lo acontecido en la colina, en la actualidad tienen miedo por represarías por las autoridades, es un tema netamente confidencial que solo pocas personas tiene acceso a la información de los soldados fallecidos. Han sido engaños por personas y organizaciones que ofrecen ayudas para recibir información y todo a cambio de un pago o medicinas que nunca llega, por eso no quieren dar información a personas que no son parte de la comuna.
Como un oscuro secreto que se susurra entre las sombras se resalta el miedo a decir la verdad, debido a las amenazas y la inseguridad, que pueden tener consecuencias graves, y son más de 68.9% habitantes que respondieron que están totalmente en desacuerdo con la intervención de los militares y otras 31.1% están a favor del radar, pero como comunidad esta afecta moralmente por recibir comentarios negativos por defender el cerro, como que son una comunidad de narcos y están entrelazados con organizaciones criminales por defender el pronunciado para evitar que el radar esté activo, lo cual es embuste porque son personas humildes que se dedica a la agricultura y pocas a la ganadería como también obreros de ladrillos.
El Cerro de Montecristi de 443 metros de altura sobre el nivel de mar, con una diversidad de flora y fauna se constituye en un mirador para los cantones Manta, Jipijapa y Jaramijó. Montecristi tiene un terreno irregular, en la parte occidental se encuentra un macizo entre Jipijapa y Manta, donde se destaca, él Cerro por su posición aislada y sus 443 metros de altura, a cuya base, semi circundándolo, está el pueblo que lleva su nombre.
La colina elevada de Montecristi se constituye en un mirador sobre el mar y es parte de la cuenca del río Portoviejo. Hacia el noroeste se encuentra el Cerro de Hojas, con 400 metros de altura.
La tierra se trata de un Pilar Tectónico cuyas génesis está relacionada con el levantamiento de un bloque que forma el cerro de Montecristi, a lo largo de fallas geológicas, de las laderas de fuertes pendientes que forman este cerro, se han desprendido materiales que han llegado hasta las partes bajas, formando una inclinación de escombros, constituyendo verdaderas rampas.
Su estructura está constituida por basaltos, doleritas en formas de Coladas, Lavas y diques de edad cretácica. Sobre estos materiales y formas de relieve se asienta la población de Montecristi.
Un pilar tectónico relacionada con el levantamiento de un bloque debido a las fallas geológicas de las laderas de fuertes pendientes.
La milenaria elevación es frecuentada por visitantes que se aventuran a las experiencias excitantes, intentando conocer la realidad de los mitos, cuentos y leyendas.
En lo alto del cerro de Montecristi, como una vigía solitaria en la penumbra de la noche, se ubicaba un radar estratégico, destinado a cortar las alas del narcotráfico que amenazaba con enredarse en los cielos de la provincia de Manabí. Sin embargo, su misión defensiva se veía empañada desde su mismo nacimiento, como un pájaro sin plumaje que desafiaba la tormenta sin protección.
La zona que abrazaba al artefacto de vigilancia, lejos de ser una fortaleza impenetrable, se desplegaba vulnerable, como un poema sin rima. Sin mallas ni concertinas que tejieran una defensa firme, el radar quedó expuesto, como un sueño sin abrigo en la fría realidad de la negligencia.
No existían ojos mecánicos que, como centinelas infatigables, registrarían cada movimiento en un radar electrónico. La ausencia de cámaras de videovigilancia dejó al radar en la oscuridad, con sus secretos desprotegidos, como un actor sin máscara en un escenario sin luces. La falta de iluminación convertía al cerro en un lienzo nocturno donde los misterios se ocultaban en la penumbra, como sombras danzarinas en la danza silenciosa de la clandestinidad.
Apenas unos días después de su operativo, el destino del radar se explotó como un cohete desgarrado. El informe interno, como un cuervo mensajero, descartó las fallas internas del equipo como causa de su destrucción. En cambio, señaló hacia el oscuro horizonte de un atentado. La explosión, cual fuego, no nació de las entrañas del dispositivo, sino de la mano criminal que acechaba en las sombras.
El cerro de Montecristi, testigo mudo de la tragedia, fue el escenario donde se desplegó esta trágica sinfonía. El radar, como una sinfonía inacabada, fue ensamblado apresuradamente, sin los acordes de estudios de seguridad ni los planos de riesgo que podrían haber tejido una red de protección. La infraestructura mínima, ausente como un eco en el silencio de la negligencia, dejó al artefacto vulnerable, como un colibrí sin refugio ante la tormenta.
La danza de uniformados, guardianes del desamparo, se ejecutaba las 24 horas del día. Sin embargo, su presencia resultó ser una danza solitaria en un escenario desprotegido, como un faro en medio de la niebla, apenas capaz de iluminar su propio aislamiento.
El informe entregado por la empresa española Indra, fabricante del radar, fue un destello de luz en la oscuridad. Como un haz luminoso que rasga la noche, reveló detalles de la vulnerabilidad estructural que permitió que el atentado se consolidara como una tragedia inevitable.
En el teatro de Montecristi, donde la seguridad era un actor ausente, el radar se convirtió en la víctima de un acto criminal que lo dejó en ruinas, como un castillo de naipes derribado por un viento de mal augurio. Ahora, como un fantasma en la cima del cerro, el radar yace inservible, mientras las sombras se disuelven entre sus restos, testigos silenciosos de una danza trágica que pudo haberse evitado.
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Vicente Carrasco, habitante de Toalla Grande, admitió que ya casi han pasado 3 años desde que el gobierno mando a colocar el radar, “considero que fue una mala inversión aun que a todos por defender el cerro nos trataron como narcotraficantes”, aseguró Carrasco con seriedad, las consecuencias son visibles dañó a la naturaleza, talaron demasiados árboles para hacer un camino accesible y que los carros militares lleguen a la cima del cerro, desde que empezaron solo los moradores sabemos lo que realmente sucedió y es muy delicado tocar ese tema, son cosas que se pueden andar diciendo.
en la comunidad muchos eventos se llevaron a cabo durante la protesta que se expresó en los inicios de la intervención del cerro, cuando mucha fuerza militar llegó con maquinarias pesadas.
Susana Espinal, habitante de la comunidad, destacó que son muchas anomalías que pasaron mientras los militares abrían camino para ingresar a lo alto del cerro, solo pocas personas saben que hubo muertos, “algunos soldados murieron en la construcción del camino, ningún medio saco a la luz la verdad”, aseguró Espinal con tristeza.
Los sucesos se dieron por los mismos militares que hicieron el autodaño, fueron ellos que hicieron que el radar se explotara, nadie aparte de ellos podía subir al cerro, aún siguen custodiando lo alto del cerro, pero todo el mundo sabe que fueron militares pagados para que el radar de un momento a otro deje de funcionar.
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Diario Expreso en su edición del 25-05-2023 aclaró que el viacrucis de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE) para conseguir el pago de la indemnización por el daño al componente antena, del radar colocado en el cerro de Montecristi, Manabí, aún no concluye. El proceso de cobro de los valores para la reposición de la parte afectada y que fue llevada a las instalaciones de la FAE en Latacunga, Cotopaxi, ha sido lento y tortuoso. Y cuando concluya tomaría al menos un año la reposición del grupo antena de similares características porque no es tan sencillo comprar un radar nuevo o reponer el siniestrado debido a que los radares no son bienes de inmediata disponibilidad, señaló una fuente de la FAE. Ese tiempo es el que toma a la fabricante de los equipos elaborar la pieza.
En el tejido de la espera, la llegada del Radar LTR-20 al país se presenta como un lento vals, donde cada día que pasa es un compás adicional en la partitura de la incertidumbre. Cuando finalmente toque tierra en suelo nacional, no será más que el principio de una sinfonía prolongada, ya que deberá bailar durante otro mes para buscar la armonía perdida con los componentes. Este compás adicional es como el eco de una melodía lejana, una espera impregnada de anhelos que se desliza como notas que se resisten a encontrar su acorde.
La esperanza de contar con el artefacto, que en octubre de 2021 alzaba la promesa de controlar las actividades del narcotráfico, se diluye en el horizonte como un espejismo que se desvanece entre las sombras de la realidad. La realidad, un escenario donde los sueños se enfrentan a la dura prueba del tiempo y las contingencias.
En el control del territorio queda en manos de radares móviles de corto alcance del Ejército, desplegados como centinelas ansiosos en las inmediaciones de Manta. Son como aves de presa en vuelo circular, vigilando el terreno con ojos agudos, pero su mirada abarca solo el ámbito cercano, dejando al resto del horizonte desprotegido.
La Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE), como un hábil protector que busca la mejor posición en el escenario, se ve obligada a desplegar sus movimientos administrativos. Un reclamo en la Superintendencia de Compañías se convierte en una suerte de paso de baile arriesgado, donde la legalidad se entrelaza con la burocracia, y cada movimiento tiene el peso de una acusación.
La resolución parcial, un destello de luz en la penumbra, llega el 2 de mayo como un verso esperanzador en medio de un poema sombrío. Dispone que Interoceánica, en una especie de pacto monetario, debe pagar la indemnización de 7,2 millones de dólares al Ministerio de Defensa Nacional. Este acuerdo, como un paso sincopado en la danza judicial, intenta remediar el daño ocurrido en el sistema Radar LTR-20, cuya falla crítica en el grupo antena dejó una cicatriz en la melodía que se esperaba afinar.
En una encuesta realizada a los comuneros de Toalla Grande y Toalla Chica a través de la plataforma Google Froms la mayor parte de personas encuestadas dedujo que fue negativa la intervención del cerro con más 68,9% de personas que respondieron negativa y 31.1 con positivas.
Mayormente nadie obtuvo ayuda por parte del gobierno central ni la municipalidad
la mayoría de encuestados sobre el cerro de Montecristi respondió que si tiene que seguir siendo intervenida por las FFAA
La mayoría de los comuneros están afectados con la intervención de las FFAA
La comunidad goza de pozos reservorios de agua potable lo cual no están afectados por los cortes de agua de la municipalidad de Montecristi.
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El Diario Manabita en su edición del 08-01- 2022 Juan Francisco Núñez, gobernador de Manabí, admitió que continúan los procesos para la rehabilitación del radar correspondiente en el cerro de Montecristi y que aún se desconoce cuándo volverá a funcionar.
Luis Alcívar, ciudadano, desde hace varias semanas ha escrito a diferentes medios de comunicación, para solicitar que informen sobre el radar. Según su versión el gobierno de Guillermo Lasso “está muy callado o la prensa también”. Se refiere a que no hay noticias sobre la reparación del radar ni cuándo estará funcionando.
“Alguien debe decir la verdad sobre el cerro de Montecristi y el radar, los militares son investigados por la explosión”, aseveró Alcívar.
Para el exdirector de Inteligencia del Ejército, Mario Pazmiño, la declaración de información reservada “no es pertinente”. “Lo primero que debían haber considerado como reservado es la ubicación, y no lo hicieron”, aseveró Pazmiño.
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Y Luego de cinco meses de daños al radar Montecristi en Manabí, los responsables aún no han sido identificados y el dispositivo permanece bajo custodia del Ministerio Público, lo que, según el ministro de Defensa, provocaría un mayor deterioro.
Se encuentran abiertos procesos disciplinarios contra 25 militares de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE), entre ellos 16 oficiales, pero por hechos ajenos a la explosión que sufrió el radar Montecristi en noviembre pasado.
Pero después de cinco meses, el radar sigue bajo custodia del Ministerio Público y, según el ministro de Defensa, Luis Hernández, los daños serán aún mayores si no se le da mantenimiento.
Por tal motivo, se espera que el dispositivo sea trasladado lo más pronto posible a un centro de mantenimiento en Latacunga, donde el Ministerio Público podrá continuar su custodia, estipuló el ministro.
Hasta que el radar vuelva a estar operativo, se utilizarán medios alternativos como sensores de vigilancia móviles para controlar el espacio aéreo en Manabí.
Así, que este relato se despliega como un lienzo de verdades entrelazadas. “Toalla Grande”, como la sombra de su propia colina, enfrenta el desafío de desentrañar el misterio de la tragedia y alzar su voz en medio del silencio impuesto, como un grito que rompe las sombras para revelar la luz de la verdad que se esconde en su propia tierra.
Es en lucha de que “Toalla Grande” se mantiene como un símbolo de resistencia, una comunidad humilde dedicada a la tierra, la ganadería y el trabajo honesto. Su silencio es un grito contenido, una lucha contra las sombras que intentan empañar su integridad. En este oscuro capítulo, el cerro de Montecristi se convierte en un testigo que, a pesar de la intervención militar, ilumina la verdad que se esconde entre sus rocas y árboles, esperando a ser revelada en algún momento, cuando las sombras se disipen y la justicia emerja de la oscuridad.