Por: Viteri Chévez Saúl Andrés
En un oasis en medio del calor sofocante, donde el sol dora la piel y agobia a los habitantes sedientos de la ciudad de Manta. En este oasis, se encuentra José Ayoví, un hombre originario de Esmeraldas, esa tierra verde y exuberante de la costa ecuatoriana. José es como un árbol de cocotero en pleno florecimiento, que ha dejado atrás su tierra natal para traer consigo la frescura y dulzura del néctar más preciado: el jugo de coco.
Al igual que las hojas de un cocotero se mecen suavemente al compás del viento tropical, José se desliza grácilmente entre las calles de la ciudad, regalando a los habitantes un sorbo de dicha tropical. Su carrito, lleno de cocos frescos y pulidos como perlas de mar, es un verdadero tesoro ambulante.
Cada vez que José corta un coco, es como si abriera una ventana hacia el paraíso. El sonido del machete al chocar con la cáscara dura es como un himno de bienvenida a un mundo de sabores irresistibles. El jugo de coco fluye como un río de deleite, inundando los vasos de los afortunados degustadores.
Al probar el néctar que José ofrece, uno puede sentir cómo el calor y la sed se desvanecen como hojas secas en la brisa. El sabor suave y dulce del coco es como un bálsamo refrescante para el paladar, como sumergirse en aguas cristalinas y escuchar el murmullo de las olas acariciando la costa.
José ha logrado cautivar los corazones de los habitantes de Manta, dejándolos encantados y ansiosos por disfrutar una y otra vez de esta delicia tropical.
Así que, la próxima vez que sientas la necesidad de escapar del calor y saborear la dulzura que solo el coco puede ofrecer, busca a José Ayoví, ese raudal de frescura y encanto que ha conquistado los corazones de Manta con cada sorbo de su néctar tropical.