Por: Alejandra Pinargote
En el corazón de la parroquia Alhajuela, en la apacible zona rural del cantón Portoviejo, se encuentra un rincón paradisíaco que se erige como un refugio de ensueño para quienes buscan alejarse del estruendo de la vida cotidiana. Este oasis natural, conocido como «El Badén El Refugio,» es mucho más que un simple cruce de caminos; es un verdadero santuario de la naturaleza, una joya escondida en medio de la Mocorita que ha cautivado a sus moradores y visitantes por igual.
Sumergido en la tranquilidad de la región, este lugar ha sido bautizado como «El Refugio», debido a su capacidad única para envolver a sus visitantes en una experiencia que se asemeja a un abrazo de la naturaleza. Como una metáfora de serenidad y paz, el río Chico, que serpentea por este rincón de dicha, ofrece sus aguas refrescantes como un bálsamo para el alma.
“Este Badén es mi respiro cuando quiero salir de la zona de confort, me encanta venir con mi familia a disfrutar de el y de su rica gastronomía”, puntualizó Marcos Díaz, turista alrededor de su familia.
Los turistas que se aventuran a este mágico lugar son recibidos por la sinfonía de las hojas susurrantes y el canto de las aves, mientras el río, cual espejo líquido, refleja el esplendor de la vegetación circundante. Este badén no es solo un punto de cruce, es un portal a la belleza natural, un respiro para aquellos que buscan huir del estrés diario
“Estoy enamorada de este lugar simplemente me trae paz, pero lo que mas me gusta de este río es que puedo sentirme libre de todo el estrés “, aseveró Diana Caicedo con una sonrisa en su rostro.
En un mundo que a menudo se siente abrumador y agitado, «El Badén El Refugio» es un recordatorio de que la naturaleza tiene el poder de curar y rejuvenecer. Es un lugar donde las aguas del río Chico actúan como elixir de serenidad, donde los susurros del viento se convierten en palabras de consuelo, y donde la naturaleza misma se convierte en el refugio que todos anhelamos en nuestro ajetreado viaje por la vida. Este rincón es, en última instancia, un santuario que nos recuerda que, a veces, para encontrar nuestro camino, debemos detenernos y permitir que la naturaleza nos guíe.