Por: Adriana Cartagena
La cordillera, majestuosa y temible a la vez, se despliega ante los ojos de los conductores como un desafío colosal. Los vehículos descienden por senderos angostos, donde las curvas pronunciadas y las pendientes escarpadas exigen una destreza inigualable. El aire se vuelve más delgado, mientras la altitud aumenta y las condiciones meteorológicas pueden cambiar en un instante.
Sergio Ayala comerciante de Ibarra que tiene que viajar todas las semanas, afirma saberse el camino de memoria, sin embargo, se mantiene siempre alerta ante cualquier percance. “El clima es tan inesperado como inclemente, las condiciones de la carretera siempre cambian pues por el clima siempre hay deslizamientos y toca manejar con los ojos bien abiertos”.
Las alturas y el abismo acechan en cada giro como un recordatorio constante de la naturaleza indómita de la cordillera. Las lluvias torrenciales pueden desencadenar deslizamientos de tierra, mientras que la niebla densa se cierne como un velo misterioso. Los choferes deben confiar en su habilidad y experiencia para navegar estas trampas naturales a las que se enfrentan.
La bajada de la cordillera de Quito es un poema de peligro y valentía, una danza entre el hombre y la montaña. Iván Mercado, enfrenta estos desafíos y desciende con respeto, consciente de que, al atravesar este territorio implacable, se convierten en maestro de la naturaleza y guardián de la vida en las alturas. La historia de su descenso es un recordatorio de la fuerza del espíritu humano y la conexión profunda entre el hombre y su entorno.