Por: Antonella Álava
El 2 de noviembre, Día de los Difuntos, el sitio cobra vida con la presencia de familias enteras que acuden para recordar a sus parientes fallecidos, marcando un momento para la reflexión, la devoción y la conmemoración, este feriado ecuatoriano se convierte en un espacio de encuentro con la historia familiar y las costumbres, donde el respeto y la nostalgia se entrelazan con la brisa que acaricia las lápidas y cruces.
Dos familias, entre las muchas que visitan el cementerio en este día, compartieron la importancia de esta tradición arraigada en el corazón de la comunidad Claudia Aguirre, quien asistió junto a su familia para recordar a su abuelo, reveló con emoción «Es un día especial, venimos para honrar a nuestros ancestros, es un momento sagrado y reflexivo para nosotros». Asimismo, Manuel Gómez, quien acudió con sus hijos, vociferó, «es una tradición hermosa que compartimos en familia, venimos a recordar a nuestros seres queridos, rezar, llevar flores y estar juntos, es una conexión con nuestro pasado».
El ambiente, impregnado de sentimientos, es como un relicario de historias, donde las tumbas y los monumentos parecen narrar vivencias y momentos que han trascendido el tiempo, es un día lleno de afecto, donde las lágrimas y las sonrisas se entrelazan en una sinfonía de amor y gratitud por aquellos que ya no están presentes físicamente, pero viven eternamente en la memoria y los corazones de quienes los amaron.
Este día, al igual que la melancolía y el recuerdo, es un recordatorio de la continuidad de la vida, donde se entierra la materia, pero florecen las memorias y los legados. Las familias, entre la algarabía de colores, flores y devoción, hacen que el cementerio sea un espacio de reflexión, conexión y amor inmutable por aquellos que una vez fueron parte de sus vidas.