Por: Melany Montero
En la ajetreada vida costera de Manta, en la ciudadela Manta 2000, Max un canino que por su naturaleza proviene de climas fríos ha logrado no solo sobrevivir, también florecer en un entorno diametralmente opuesto al que alguna vez conoció. El animal, cuyo pelaje fue diseñado para repeler los vientos helados y la nieve, ha demostrado ser más que un mero sobreviviente; se ha convertido en un símbolo viviente de adaptabilidad.
“Al principio, todos pensábamos que iba a ser imposible para él adaptarse a este clima caliente. Pero este perro ha demostrado ser más fuerte y resistente de lo que jamás imaginamos”, aseveró el dueño del can, Alirio Corzo con orgullo mientras sostenía la correa de su perro.
“Nosotros notábamos cómo buscaba sombras constantemente y jadeaba más de lo normal. Sin embargo, con el tiempo, hemos observado cómo su comportamiento ha cambiado. Ahora disfruta tomando siestas al sol y corre por la playa como si hubiera nacido aquí”, puntualizó Olga Micolta esposa del dueño del can con una sonrisa en su rostro.
La historia de este can se ha vuelto una metáfora palpable de la resiliencia y la capacidad de adaptación que puede sorprender incluso a los más escépticos. El perro, con sus patas ahora acostumbradas a la arena caliente en lugar del hielo, es un recordatorio tangible de que, a veces, el cambio y la adaptación pueden venir de las fuentes más inesperadas.
Así, mientras los días soleados y las brisas marinas se entrelazan en Manta, Max demuestra que, al igual que él, nosotros también podemos encontrar la fuerza para adaptarnos y florecer en nuevos entornos. Su historia es un canto a la resistencia, aseverando que, con determinación, podemos encontrar hogar en los lugares más inesperados.