Por, Coraima Alvia Flores
El reloj marcaba las ocho con treinta minutos, las personas desfilaban a plena luz del día. El bullicio de los negocios se asomaba en el horizonte, carros, buses y motos daban su marcha por la carretera.
El polvo era evidente, como un manto que cubría al sector. Sale el sol y las manecillas del reloj cambiaron su tic-tac, dando salida a las nueve de la mañana. Los habitantes que se encontraban en una esquina buscaban refugio del deslumbrante resplandor que inundaba la escena, mientras la vida cotidiana cobraba vida en pleno día.
Parece ser un día normal para muchos y para otros una aventura, casas coloridas de diversos tamaños y texturas era lo que se observaba. Las calles en ciertos rumbos estaban en buen estado, pero otros padecían de necesidad, con aguas estancadas y basura acumulada que generaban malos olores que se percibían a lo lejos.
Diversos amarillos vestían a la ciudad, esperando recorrer otros senderos. “Venga, la llevo”, murmuraban los taxistas que se encontraban en su parada. Personas iban y venían al ritmo de la música que ciertos negocios habían colocado en grandes parlantes.
El viento soplaba en una competencia silenciosa con el sol y afuera de los hogares ya se estaban sentando los abuelitos para disfrutar de la brisa. Transcurrían los minutos y la intensidad de la luz solar se expandía por cada rincón. Los vehículos aumentaban a medida que pasaba el tiempo y el movimiento ya se sentía a gran escala.
Los carros en la carreta principal, cerca de la parroquia Nuestra Madre Dolorosa, se distinguen principalmente por su vivido tono amarillo, desfilan con frecuencia. En este sector, la movilidad es palpable a pesar de ser pequeño en comparación con otras ciudades.
Aquí se siente el ambiente hogareño y antiguo, donde las tradiciones, leyendas y mitos desbordan como un río. Distinguida por contar con moradores que reflejan el paso histórico y las transformaciones que han tenido a través del tiempo, mismo que levanta el orgullo del pueblo.
Cuando el reloj marcó las diez de la mañana, una chica con uniforme color azul marino salió de su cueva para irse a un costado a esperar el transporte público. “El bus ya viene”, rezongó María Delgado, quien aguardaba con paciencia bajo un gigante y verde árbol.
El autobús que se aceraba a paso de tortuga, estaba cubierto de pinceladas blancas, verde y naranja, caracterizando fielmente a su sector. Mientras avanzaba Delgado se montó con una sonrisa y los choferes sacudían sus manos por la puerta con movimientos parecidos a las olas del mar. A los lejos se acercaba otro chico universitario, corriendo apresurado porque el transporte urbano se le pasaba. “Espere, espere”, gritó haciendo un eco en el ambiente, logrando subirse con victoria.
Los buses suben y bajan constantemente, unos tras otros, encontrándose cara a cara en su recorrido. Mientras algunos iban en busca de nuevos cielos, los demás regresaban a su origen. En una pequeña parada, ubicada por la Plaza Cívica, se instaló Klever Barcia, quien iba rumbo a la ciudad costera. “Aquí, en la actualidad estos transportes urbanos transitan seguidamente, antes no se veía esto, sin embargo, gracias a las nuevas carreteras creadas, el periodo de espera redujo a quince minutos”, admitió Barcia con una tonalidad de voz clara como el agua.
Además, agregó que no le afecta que solo haya una cooperativa, ya que los autobuses pasan de manera continua, y actualmente no sienten la necesidad de contar con más opciones. “Antes, tal vez necesitábamos más, pero ahora estamos satisfechos con un solo servicio, ya que los autobuses son rápidos”, puntualizó Barcia.

Sentado en los asientos, que lo cubrían del resplandor del día, esperó tranquilamente para abordar el avión, sumándose a la fila una señora con su hija y al mismo tiempo un señor. Finalmente, cuando reloj marcó las diez con treinta y seis minutos el bus bajó.
El día seguía transcurriendo con normalidad, el ruido parecía una melodía y los pasos de quienes recorrieran los caminos del sector se elevaban con sinfonía. El escenario estaba cubierto de puros habitantes soñadores con ganas de salir adelante.
Los habitantes disfrutan de una movilidad sin complicaciones, ya que navegan por diferentes mares con facilidad y apenas experimentan demoras al esperar un barco. Los capitanes se toman su tiempo para garantizar la total comodidad de quienes abordan sus naves.
Dentro de esos buques de lujo, los viajantes disfrutan de un rico clima. “Los buses son bonitos, aquí nos aseguramos que vayan cómodos a su destino”, aseguró con una sonría cálida, mientras escuchaba música José Ortega, comandante del autobús que se daba la travesía de pasar por las vías.
José, chofer de bus por más de 12 años, asevera que a pesar de que Los Bajos de Pechiche solo cuente con una cooperativa, esto no ha sido problema para los seres que habitan el sector. “Nosotros pasamos de manera veloz. El tiempo que tienen que esperar las personas es poco en comparación del servicio que ofrecemos”, aclaró Ortega.
“Además, aquí también se cuenta con taxis, que te llevan a donde quieras ir, obvio que ahí el bolsillo aprieta”, confesó Ortega mientras soltaba una risa a la vez que emprendía su vuelo junto con sus viajeros.
Los buses te llevan a recorrer lugares y rincones desconocidos, creando una experiencia enriquecedora para aquellos que se desplazan en ellos. Cada uno de los viajes revelan paisajes ocultos y te sumergen en un mundo de descubrimiento y asombro, donde diversas curvas del camino revela una nueva maravilla por explorar.

El tiempo avanzaba inexorablemente y el sol intensificaba su abrazo constante, acariciando cada centímetro de piel expuesta. Los moradores parecían sentirse agobiados por el calor que los arropó. Algunos movían sus manos como abanicos improvisados para aliviar la sensación de ardor que emanaba de sus cuerpos, mientras que otros se refugiaban en la sombra o buscaban desesperadamente lugares para escapar de los rayos brillantes del sol abrasador.
En este escenario pintoresco, lo que más se resaltaba era el movimiento continuo de los vehículos. A pesar de que la cooperativa de Los Bajos es el único servicio de autobuses disponible para los moradores de Los Bajos de Pechiche del cantón Montecristi, esto no ha dificultado en su movilidad y vida diaria, con un costo por viaje es de un dólar con quince centavos.
Por otro lado, la comunidad también tienen la opción de contar con taxis que están dispuestos a llevar a los transeúntes a cualquier destino deseado, aunque con tarifas diferentes.