Como un faro que se alza majestuosamente en medio de las estrechas calles empedradas de Cuenca, la Iglesia Catedral de la “Inmaculada Concepción” se alza con la majestuosidad de un sueño cumplido, en medio de los ajetreados paisajes urbanos, irradia una espiritualidad que ha estado iluminando las almas de los habitantes de esta encantadora ciudad durante siglos.
La Catedral de la Inmaculada Concepción es más que un lugar de adoración, es un testigo silencioso de la historia de la ciudad y un faro de esperanza en tiempos de turbulencia. Sus campanas, como voces antiguas, llaman a los fieles a la reflexión, a encontrar paz en medio del caos.
Con una mirada nostálgica, Julieta Gonzáles añade, «me gusta visitar este tipo de lugares, porque tienen otro tipo de arquitectura. Sobre todo, la historia que hay detrás de ella y como ecuatorianos debemos saberla valorar».
Mientras Juan Rodríguez se prepara para orar con un rosario en la mano, asegura que, «para nosotros los católicos estar en una iglesia renueva nuestra fe, en este espacio oro por mi familia y amistades. Para que todo nos vaya bien, la conexión que tenemos con Dios es única y este espacio lo confirma. Además, generan un turismo para que así conozcan nuestras tradiciones».