Por, Jean Carlos Pinoargote
Bajo el manto estrellado de la noche en El Espigón, las mágicas voces se alzaron como luciérnagas luminosas, tejiendo un tapiz de sonidos que envolvió a todos los presentes como un abrazo cálido. La noche de coros, fue un faro de luz en el oscuro mar de la rutina cotidiana, un oasis en el que las almas se dejaron llevar por la marea musical.
El coro de los mantenses se manifestó en cinco agrupaciones, cada una como un astro brillante en la constelación de la noche. Sus voces se entrelazaron como hilos de oro en un telar celestial, tejiendo melodías que se desplegaban en el aire como cometas fugaces. El público, convertido en navegantes de este mar de sonidos, se dejó llevar por la corriente, guiados por las voces que parecían faros luminosos.
María López, asistente al evento, añadió que cada coro era como una joya distinta en un collar precioso, “sus voces resonaban en el aire como sueños que se hacían realidad». Juan Pérez, otro entusiasta del evento, afirmó, «el Espigón se convirtió en una luz de esperanza en medio de la noche. Fue un bálsamo para el alma y un recordatorio de la belleza de la cultura local».
Este evento, más que una manifestación cultural, era un recordatorio de la capacidad de las artes para unir a una comunidad, como las estrellas en el firmamento. Las voces, como los rayos del sol, pueden parecer distantes, pero cuando se unen en armonía, iluminan el camino y despiertan el espíritu humano. En un mundo lleno de ruido, el programa demostró que, a veces, es en el silencio de la noche donde las voces más mágicas encuentran su lugar y su significado.