Por: Viteri Chevez Saul Andrés
En un rincón oculto entre sombras y suspiros, se alza el cementerio «Parques del Recuerdo», un lugar lleno de historia, donde las lápidas son las letras eternas que narran la travesía de los que descansan en su seno. Como una partitura en donde emociones y recuerdos son ensordecedoras y abrumantes, cada tumba es una nota en la melodía de la vida.
Sus jardines silenciosos se extienden como praderas doradas, donde el verde de la esperanza se entrelaza con el grisáceo manto del olvido. Los árboles, testigos inmóviles de tantas despedidas, parecen susurrar secretos al viento, mientras sus hojas se desprenden como las lágrimas del tiempo.
Las estatuas que custodian las entradas del camposanto, erguidas y majestuosas como guardianes de la eternidad, simbolizan la belleza que se despliega en medio de la despedida, “El poder visitar a nuestros familiares es un gesto al cual nosotros denominamos amor puro y duradero, porque no fallece el que muere si no al que se olvida. Nos ha costado mucho poder aceptar la realidad, pero aquí estamos… tratando de salir adelante”, afirmó Fernando Anchundia, mientras hacía reposar unas flores sobre la tumba de su apreciada madre y al mismo tiempo sus ojos empezaban a inundarse en un creciente oleaje de lágrimas.
Las alas rotas de un ángel desconsolado sostienen en alto el símbolo de la victoria sobre la muerte, mientras que la estatua de una sirena enlutada refleja el dolor que se desborda en las profundidades del mar del recuerdo. Las esculturas de mármol blanco, cual susurros congelados en el tiempo, emergen entre las flores y los caminos serpenteantes.
“Tratamos de priorizar los buenos recuerdos, con un ambiente adecuado, y creemos firmemente que ellos no se van de nuestro lado, sin embargo, se quedan cuidándonos, sentimos su presencia en cada momento”, destacó Cristopher García, director de atención al cliente mientras entrelazaba sus dedos y miraba con apego y amor una estatua de la virgen María.
Caminar por sus pasillos de piedra es como navegar en un mar tempestuoso de emociones. Las lápidas, como olas en constante movimiento, acogen en sus letras y epitafios los mensajes de aquellos que dejaron su huella en el mundo. Algunas, modestas y sencillas, cuentan la historia de vidas apacibles y discretas. Otras, imponentes y monumentales, evidencian el legado de figuras destacadas, cuyos nombres resuenan aún en la memoria colectiva.

En medio de este paisaje de silencio y paz, las flores se elevan como símbolo de renacimiento y fugacidad. Las rosas representan la belleza efímera, mientras que los lirios blancos simbolizan la pureza que trasciende a través del tiempo. Los colores vibrantes de los tulipanes dan cuenta del amor y la pasión que una vez llenaron el corazón de quienes ahora descansan.
Tan solo están en un estado profundo de sueño, la muerte no es más que una siesta de la cual es complicada levantarse, como si de una fantasía somnolienta se tratase. Quizás siguen entre nosotros y como el viento es difícil verlos, pero si sentirlos.
“Dentro del catolicismo, estamos conscientes que sí, fallecemos terrenalmente pero nuestro espíritu y alma rodea a quienes realmente en vida nos amaron, y que solo divagan entre calles oscura y llenas de terror”, aseveró Járico Castro, párroco del barrio Cuba mientras en su mano derecha sostenía con firmeza la Biblia como aquellos que se aferran a la vida, estando a un paso de la muerte.
El cementerio «Parques del Recuerdo» es el telón de fondo de un último acto, donde las almas encuentran descanso y las historias llegan a su final. Cada visitante, al caminar entre las tumbas, puede sentir el susurro del tiempo y comprender que la vida es una danza fugaz en la que cada paso deja una huella imborrable.
“Ver a las personas llorar por sus familiares nos choca mucho por el hecho que, independientemente si fue una mala o buena persona, quienes lo rodearon demostraron un buen amor y afecto por aquel que en vida fue y hoy lo estamos enterrando”, destacó Manuel Barcos, sepultero que sostenía la pala, la carreta y sus hermanitas mientras se despedía de quienes relegaba entre tierra.
Así, este lugar con olor a eternidad y perfume de melancolía nos invita a reflexionar sobre nuestra existencia y a encontrar en cada encuentro con la muerte un recordatorio de que la vida es un camino efímero. En los últimos 6 meses el panteón se ha visto en un alza de demanda de 15 entierros por semana, y se han planificado citas para ventas de espacios de mausoleos. En «Parques del Recuerdo», la vida y la muerte se entrelazan en un abrazo eterno, invitándonos a valorar cada nota de nuestra propia melodía antes de unirnos al coro de la inmortalidad.